Vuelta a las andadas

Después de despedidas momentáneas, de bienvenidas esperadas. Después de celebraciones inusuales, de calor cuando tocaba frío, del calor que mata el frío. Calor de bienvenida, frío de despedida. Lucha de intereses, balanza a favor.

Después de poner fecha al punto final de mi exilio obligado que se espera punto y seguido, aunque sólo sea como medida necesaria para que duela menos aún sabiendo que es un final asegurado. Lucha de intereses, balanza adversa.

Después de Galeano y su "Los hijos de los días", de Serrat y Sabina y su sobrada pesadez, de viajes en el tren que Leño nos cantaba, de sentarse otra vez en la mesa a escribir, a centrarse en las obligaciones que poco tienen de ello.

Justo dos años después de que pisara por primera vez Bolivia, un 12 de abril, volvería a ella cual imán que se mueve por obligación fuera de toda resistencia. Antes de ello, el norte de Argentina, un norte que nada tiene que envidiar culturalmente a Bolivia o a Perú. El imperio incaico, pese a su desaparición hace cinco siglos, tiene más arraigo cultural que la imposición fronteriza de la modernidad.

Salta, Tilcara, Purmamarca, Humahuasca, la Quiaca, Villazón, Tupiza, Uyuni y su impresionante Salar.  Y Bolivia sigue siendo absolutamente caótica pero su imponente belleza crea una incontrolable atracción, cual mujer perfecta. Amor y odio. Lucha de intereses, batalla continua.

"Codo con codo, primavera y tempestad luchando en el lodo,
una mezcla de maldad y de buenos modos, 
un recuerdo que nunca quiero olvidar"